martes, 28 de noviembre de 2017

El patrón patriarcal

"Las mujeres nacen con ese agujerito entre las piernas, donde todo hombre en el planeta quiere clavar algo. Ellas son más débiles que ellos, así que usan estrategias, usan la mente y el sexo y aprenden instintivamente a humillar". Intentad adivinar de dónde he sacado esta cita literal. Es un reto complicado, pues la triste experiencia nos dice que es plausible que pudiera haberla extraído de las conclusiones de un artículo publicado en una revista científica, de una columna dominguera de El País Semanal, de una tertulia de la televisión pública, del monólogo de un humorista, de un tuit viral o de una conversación en la barra de un bar. Sería verosímil cualquiera de las opciones planteadas, pero no es ninguna de ellas. Son las palabras pronunciadas por Ed Kemper, uno de los asesinos en serie que retrata la serie de David Fincher para Netflix "Mindhunter", que mató y descuartizó a una decena de mujeres, incluída su madre, a la que decapitó para después penetrarla por la boca y correrse en su garganta. Es escalofriante pensar que los razonamientos sobre las mujeres esgrimidos por un psicópata capaz de alcanzar el nivel más extremo de violencia y brutalidad sexual no difieren de los de cualquier hombre corriente emitidos en cualquier contexto cotidiano, ¿no?   

La premisa argumental de "Mindhunter" radica precisamente en sacar al exterior la lógica interna de los criminales más sanguinarios y peligrosos. Inspirada en el libro homónimo "Mindhunter: Inside FBI's Elite Serial Crime Unit", cuyo autor es un ex agente del FBI relata los primeros intentos de la agencia federal a finales de los años 70 de aplicar la investigación psicológica y conductual para identificar y clasificar los perfiles y patrones de comportamiento de los asesinos, con el objetivo tanto de ayudar en las pesquisas policiales de casos sin resolver como de adquirir conocimientos que permitiesen prevenir futuros crímenes. No hay rastro de morbo o sadismo en el guión de "Mindhunter", que huye de recrear escenas de crimen espectaculares y sangrientas y de la estetización de la violencia como recurso narrativo, de exhibir cuerpos mutilados y desnudos de mujeres; algo sin embargo tan recurrente en otros thrillers televisivos recientes muy aclamados por la crítica, como "True Detective" o "Hannibal". No interesa el sensacionalismo, la casquería, ni siquiera el suspense es lo primordial.  Rompe los moldes habituales del género policial sobre asesinos en serie centrándose en lo discursivo, en el análisis de las causas de la violencia extrema, que presenta como el problema social que es y no como el típico duelo descontextualizado entre el detective gato y el ratón criminal.

El joven e impaciente agente Holden Ford y el experimentado y lacónico agente Bill Tench deben recorrer juntos los módulos de máxima seguridad de las cárceles de EE.UU, para entrevistar a los asesinos más atroces, tanto en cantidad como en calidad. Así escrito el lector se imaginará un catálogo de impactantes monstruos, discursos trufados de aspiraciones megalómanas, referencias bíblicas y filosóficas, delirios paranoides y todo tipo de trastornos psicológicos. Sin embargo, el impacto se produce por el camino contrario: al descubrir que estamos ante tipos que son como otro cualquiera, de aspecto típico y razonamientos tópicos, hombres comunes cuyo pensamiento se basa en lugares comunes, sobre todo en lo que respecta a sus aspiraciones sociales y a sus relaciones con las mujeres y su opinión sobre las mismas.


El equipo de investigadores de "Mindhunter" está formado por dos agentes de FBI y la profesora universitaria Wendy Carr

"Ya sabe como son las mujeres, ¿no?", "No puedes vivir sin ellas...", "Tienes que hacerlo con coñitos jóvenes antes de que se conviertan en mamás", "Un campus universitario es como una tienda enorme de gominolas", "La mujeres siempre quieren saber, ¿verdad?", "A las mujeres les gusta la atención de los hombres", "Todas las mujeres quieren ser modelos", "Ya no podemos llamarlas damas...". ¿A cuántos hombres que conocéis les habéis escuchado decir cosas similares sino exactamente las mismas que estas? ¿Cuántas veces al día? ¿En cuántos contextos sociales distintos? Desde los "chascarrillos" de un grupo de whatsapp de adolescentes, sin necesidad de que estén organizando una violación en grupo, ni mucho menos; a un anciano quejándose de la mujer con la que lleva toda la vida casado. "Mindhunter" hace algo que parece obvio pero que hoy en día, en una sociedad en la que sigue primando el cuestionamiento del comportamiento de las víctimas y cuya idea de prevención se basa en el miedo y la inhibición de la población para que eviten exponerse a riesgos innecesarios, sigue resultando radical: poner el foco en la forma de pensar de los agresores, sus motivaciones, marcos mentales y escalas de valores. Parándonos un rato a escucharles la evidencia es aterradora: la lógica que utilizan no es una desviación de la lógica social en la que viven, sino una aplicación literal y extrema de la misma.

La culpa es de mamá

Todos los individuos entrevistados rehúsan admitir que la iniciativa criminal partió de ellos, todos sin excepción plantean los brutales asesinatos, torturas y violaciones cometidas contra una cantidad significativa de mujeres como una reacción a las provocaciones de ellas. En su imaginario, ellos son siempre las auténticas víctimas. La mayoría sitúan el origen de su agresividad y perversiones sexuales en la edad adulta en el trato recibido en la infancia por parte de sus madres. En su relato ellos son niños heridos e inocentes, y su madre es la auténtica villana sin escrúpulos. Así que no es sorprendente que llamemos "hijos de puta" a esta clase de criminales. 

"Mi madre me condicionó", sentenciaba Ed Kemper, "una madre jamás debería menospreciar a su hijo". Como su madre era muy autoritaria a su parecer, se escapó para vivir con su padre después de que se divorciasen, pero su padre no lo quiso en su casa. Notad que su padre lo rechazó, pero no señala el abandono por parte de su padre como un trauma. Se fija únicamente en la supuesta conducta exigente y "matriarcal" (lo dice exactamente con ese término) de su madre. Otro de los sujetos de la muestra, Monte Risell, que antes de cumplir la mayoría de edad había violado a diez mujeres y asesinado a cinco de ellas, también se apunta al mito de la madre castradora. "Si me hubieran dejado quedarme con mi padre, todo hubiera sido diferente". En su caso sus padres también se divorciaron a una edad temprana y él y sus hermanos se fueron a vivir otro Estado con su madre y su nuevo marido, sin que su padre biológico intentase nunca mantener el contacto con ellos. Se repite el mismo binomio: idealización del padre ausente, al que no se le reprocha el no haber mostrado interés por su prole una vez disuelto el matrimonio y odio profundo hacia la madre, a la que se le achaca ser demasiado exigente y dura con ellos.

La madre de Ed Kemper era una mujer independiente que jamás se volvió a casar y que trabajaba como administrativa en una universidad, cuya "posición acerca de los hombres era demasiado sincera y agresiva", según las propias palabras de él. La madre de Risell no dudó en denunciarle tras cometer varios robos y dos violaciones con 14 años, aunque eso supuso que lo internasen en una "institución juvenil". Los graves delitos cometidos por ellas: ser mujeres fuertes que ejercen su autoridad y que no muestran una actitud abnegada ante sus hijos. Es la ruptura de la supuesta incondicionalidad del amor materno la que ellos no pueden soportar. Que sus madres sean sujetos con criterio propio y capaces de tomar decisiones objetivas, en lugar de siervas sumisas.   

"Mi madre siempre quiso que yo fuera una niña, porque ya tenía a mi hermano mayor. Mi existencia era una decepción para ella", explica Jerome Brudos, un asesino fetichista que mutilaba los pechos y los pies de las mujeres que asesinaba y que coleccionaba cientos de zapatos de tacón. "Que trillado que siempre sea la madre", reponde Debbie, la novia del agente Ford, cuando él le cuenta su encuentro con el asesino. Pues sí, esa excusa freudiana de la madre dominante ya estaba trillada cuando Hitchcock estrenó "Psicosis" en 1960.

¿Derechos o privilegios?

Los hombres crecen en la sociedad patriarcal creyendo que les corresponde un lugar preeminente en la jerarquía social por el mero hecho de ser hombres. Deben alcanzar el éxito profesional, erigirse en cabezas de familia y líderes comunitarios, ser respetados y causar admiración allá por donde van. Como premio por ese esfuerzo competitivo, tendrán acceso más o menos ilimitado a los cuidados y atención femeninas, incluidos, cómo no, los sexuales. Realmente están convencidos de que esto forma parte de su carta de derechos civiles y humanos, porque así se lo ha transmitido la cultura en la que han sido correctamente socializados. Pero una cosa es la teoría, y otra la práctica. Todos los asesinos analizados tienen el mismo problema: no han sabido procesar el baño de realidad. La posibilidad de ser ignorados por las mujeres, de ser rechazados, de no conseguir un empleo de prestigio o ningún empleo en absoluto, que su novia los haya dejado o el simple hecho de que les digan un claro e inequívoco "NO", hace tambalearse la idea que tienen de su rol masculino y por lo tanto pone en entredicho su valía. Lo que no son más que experiencias normales que deberían asumir por entrar dentro del espectro de la libertad de decisión ajena, entre otras circunstancias incontrolables, lo toman como una afrenta directa que les genera una frustración insoportable. Lo consideran de verdad una injusticia que deben reparar. Por eso para ellos sus crímenes son un acto de reposición tanto de la justicia como del orden natural de la cosas, y cómo no, una forma de recuperar su masculinidad amenazada y el control/poder sobre las mujeres que les corresponde ejercer.

"Al principio, las mujeres me ignoraban. No les interesaba. En toda mi vida nadie quería interactuar conmigo, ni siquiera los gatos cuando era niño. La única forma en que podía tener a esas chicas era matarlas, y funcionó. Se convirtieron en mis esposas en espíritu, todavía están conmigo". Otra vez Ed Kemper no se corta en manifestar que como la sociedad no le proveyó de la cuota de mujeres que le pertenecía por derecho, se la procuró él mismo. Estuvo encerrado también en un reformatorio durante su adolescencia: mientras las mujeres vivían libremente su revolución sexual él no era más que un recluso virginal. En su plantemiento lógico, no le quedó más remedio que tomarse la justicia (venganza) por su mano. 

Otro de los sujetos entrevistados, Richard Speck, el más violento y malhablado en su forma de expresarse, es un claro ejemplo del extremo al que puede llevarles la necesidad de proyectar fortaleza y virilidad sin descanso. Era alcohólico y estaba en paro, tras el enésimo rechazo laboral entró a robar en un apartamento en el que vivían ocho enfermeras. Violó a una y las mató a todas. "Pude haberlas violado a todas", se siente en la obligación de remarcar. Tras la matanza intentó suicidarse, pero lo niega. Entra en cólera cuando le preguntan por si se sintió mal tras cometer semejante atrocidad. "Esas putas murieron porque no era su noche". El asesinato es su forma de autoconvencerse de que es un tipo duro, un macho capaz de lo que sea, a pesar de sentirse impotente e incapaz socialmente.

Ellas se lo buscaron

Un momento especialmente revelador es en el que el violador Monte Risell admite que la razón por la que mató a la primera chica después de violarla fue porque respondió con placer a su agresión sexual. "Quería violarla pero no paraba de decir Sí, sigue cariño, estoy muy caliente. Podría haber acabado de otra forma si ella no fuera una maldita puta". Al igual que odian a sus madres porque no pueden soportar a las mujeres en una posición de autoridad, odian a las mujeres que muestran deseo propio, que no cumplen el papel de virgen sacrificada o presa de caza que ellos les han reservado en su escena teatral del crimen. El mero hecho de que actúen como sujetos libres, que vivan sin estar pendientes de ellos, que hablen demasiado o que hagan preguntas incómodas... les ofende y les agrede, y por lo tanto ellas son en realidad las agresoras y ellos siempre están actuando en defensa propia. 

Brudos, el asesino fetichista, raptaba a las mujeres con la excusa de hacerles un reportaje fotográfico para que tuviesen material para presentar en agencias de modelos. "Se lo merecían por querer que las mirasen", suelta ni corto ni perezoso. Sorprende lo habituales que resultan este tipo de argumentos. Hemos podido comprobarlo estas semanas gracias al juicio de la violación grupal en Sanfermines, y no los hemos oído de depravados asesinos psicópatas: esa misoginia que culpabiliza a las mujeres de las reacciones violentas (sexuales o no) de los hombres está a la orden del día entre nuestros compañeros de trabajo, en las comidas familiares, en los programas de televisión. 

Cuestión de orden

Se suele decir que los psicópatas no sienten emociones, pero sí las sienten. El problema es que están convencidos de que los demás no pueden sentirlas, es decir, no consideran seres humanos al resto de las personas, sino que interactúan con ellos como si fuesen objetos e instrumentos que utilizar para la satisfacción de sus objetivos. Es decir, su ausencia de empatía radica en la cosificación del otro. ¿Os suena? Resulta que un comportamiento psicopático no está tan alejado del trato diario dispensado por los hombres a las mujeres dentro del patriarcado. Todos los asesinos entrevistados tratan de dignificar lo que hacen, de presentarlo como una vocación o incluso una virtud o habilidad que los hace excepcionales y les aleja de la vulgaridad, pero no es más que simple misoginia, la continuación al pie de la letra de la lógica machista y simplona de un hombre ordinario

Nuestra forma de organización social se basa en la dominación masculina y esta necesita una base ideológica que la legitime, por eso el papel cumplido por el sistema mediático y la industria cultural es clave en la construcción de la imagen hipersexualizada y cosificada de las mujeres. El cine, la publicidad, la pornografía... nos presentan como objetos al servicio de la satisfacción y la contemplación masculina. Que Ed Kemper coleccionase cabezas femeninas como trofeos o que Jerome Brudos jugase con las mujeres como si fuesen muñecas y las matase por detrás para no tener que admitir que eran personas a las que estaba torturando no es más que la hipérbole de esa cosificación de la mujer propugnada socialmente, que nos presenta como complementos y meros indicadores del éxito masculino. Suena chocante, pero llamamos depravados, aberrantes e inmorales a hombres que aplican (demasiado) al pie de la letra la moral imperante en el mundo en el que viven, lo suyo no es más que una interpretación exacta de la ideología patriarcal, y eso es lo que de verdad debería asustarnos. 

Al principio de la serie el agente del FBI Holden Ford se pregunta que si la mutación de los crímenes hacia una mayor brutalidad e irracionalidad es una "respuesta al caos". A medida que avanza su investigación nos vamos dando cuenta de que es al revés, es una respuesta al orden de las cosas. Los asesinatos de mujeres y la violencia contra elllas en general tienen su raíz en el patriarcado, son fruto directo del machismo sembrado. 

Esta misma mañana uno de los abogados de los cinco "chavales" que muy presuntamente  violaron a una chica de 18 años entre cinco en Pamplona durante San Fermín, los definía así: "No son modelo de nada, incluso pueden ser verdaderos imbéciles, con comportamientos patanes y primarios, pero también son buenos hijos, algunos tienen trabajo y están unidos a sus familias y amigos". Sin quererlo, ha dado en el clavo: la banalidad y cotidianeidad de esa misoginia que desencadena la crueldad contra las mujeres. Los asesinos y violadores no tienen que ser taimados estrategas o  "freaks" extraordinarios, son como cualquier otro hombre correctamente socializado. Lo ha dicho él, no nosotras, son los hijos sanos del patriarcado. Y eso es lo que nos sitúa a nosotras en una situación tan vulnerable y lo que convierte el machismo en un problema social de suma gravedad: que nos puede matar y violar cualquiera.

Perspectiva de género

La gran virtud de "Mindhunter" es su exploración de las posibilidades narrativas de aplicar la perspectiva de género al manido mundo ficcional del thriller policial, tal como ya hemos visto aflorar en otros destacables ejemplos, como la serie norirlandesa "The Fall", protagonizada por Gillian Anderson, o la británica "Liar". Parece mentira, pero resulta honesto presentar a hombres en pantalla hablando de forma directa del odio que sienten hacia las mujeres, exponer sus argumentos sin más, sin disfrazarlos de toda la mitología que rodea a las historias sobre asesinos en serie. De hecho, "Mindhunter" es una completa disección de los comportamientos masculinos y las motivaciones tras ellos, no sólo de los criminales incluidos en el estudio, también del resto de hombres que pasan por la historia, principalmente su protagonista, el agente Holden Ford. Su evolución a lo largo de la serie es uno de sus mayores logros, y evidencia a la perfección cómo tras un hombre que es todo ingenuidad, dulzura, amabilidad y curiosidad por aprender se puede encontrar el mismo machismo sin complejos que en un psicópata asesino.



¿Estás seguro de eso, querido Holden?


Por todo lo expuesto se podría deducir que "Mindhunter" es un campo de nabos en el que las mujeres sólo aparecen en las conversaciones entre hombres, sin embargo, la historia no sería la misma sin sus dos personajes femeninos principales, la novia del agente Holden Ford, Deborah Mitford, y la profesora Wendy Carr, que se une a la unidad de investigación del FBI sobre los perfiles criminales. Para empezar, son las dos personas más inteligentes de todas las que aparecen a lo largo de la serie, y con diferencia. Debbie es estudiante de sociología, y es de sus conversaciones con ella de las que Ford extrae las claves para sonsacar información de los delincuentes entrevistados, sobre cómo aplicar una aproximación emocional, cómo generar confianza y estimular que cuenten sin filtros su vida a perfectos desconocidos. Ella le sugiere que realice preguntas personales, que no pregunte directamente lo que quiere saber, que escuche atentamente y cuide su lenguaje corporal. Ella le ayuda a entender que no se trata sólo de la forma en que estos hombres ven el sexo, sino de cómo ven a las mujeres. 

Si de su novia extrae la forma de entrevistar, la doctora en psicología Wendy Carr le regala la formalización de un cuestionario tipo y la sistematización de los datos recogidos en clasificaciones y taxonomías, la idea de grabar las conversaciones y transcribirlas, e incluso es ella la que consigue financiación para su estudio y la que propone la publicación posterior de sus resultados. Es ella la que hace entender a sus compañeros que no se encuentran ante una cuestión de placer sexual, sino de poder y dominación. En definitiva, son las mujeres las que representan aquí el método científico, en contraste con la improvisación y la actitud impulsiva de los agentes masculinos.

Son estos dos excepcionales personajes femeninos los que sacan a los masculinos de su zona de confort y les ayudan a expandir sus horizontes mentales, los que plantean nuevas preguntas e incógnitas. Sin ellas, ni el estudio en cuestión ni la trama narrativa avanzaría del mismo modo. Holden, que se esfuerza en expresar que no se siente intimidado por vivir y trabajar con mujeres más inteligentes que él, y que incluso las adula y parece admirarlas, actúa como un simple vampiro con ellas, instrumentalizando sus aportaciones para conseguir sus metas pero demostrando durante el curso de la investigación que sus opiniones no le interesan cuando contradicen las suyas y que no está dispuesto a tolerar las críticas. En una escena catártica que rompe definitivamente la visión inofensiva y encantadora que el espectador podía tener de él, este ratifica el narcisismo y misoginia, que hasta ahora sólo se intuía, en una discusión con Debbie:

"- No siempre quiero tu opinión. ¿No puedes ser simplemente mi novia?
- ¿Quieres decir que me limite a callarme y adorarte?
- Al menos podrías intentarlo por una vez... "  

Holden es tan megalómano y misógino como los asesinos a los que estudia con auténtica fascinación, pero ellos simplemente se han despojado de su máscara social, se han liberado ya de su necesidad de encajar. "Mindhunter" vuelve a ahondar así en su desasosegante premisa, que no por obvia es menos cierta y molesta: que detrás de cualquier hombre puede haber un depredador que desea degradar a las mujeres, porque les han educado para ello. Y es que el patrón común a todos es lo bien que han interiorizado las enseñanzas del patriarcado.


lunes, 13 de noviembre de 2017

Las mujeres de "The Deuce"

"¡ME LLAMO RUBY!". Estas son las últimas palabras pronunciadas por una de las prostitutas del barrio neoyorquino de "The Deuce" antes de ser asesinada por el último putero que la contrató, tras enfrentarse a él porque se negaba a pagarle. Harta de que él utilizase su pseudónimo con desprecio, le gritó su nombre en un impulso de rabia. Él le respondió empujándola sin miramientos por la ventana. Esta desgarradora escena define a la perfección la esencia de la serie que David Simon (The Wire/ Treme) ha escrito junto a George Pelecanos sobre el mundo de la prostitución y los inicios de la industria pornográfica en los años 70. Nos muestra que la deshumanización de las mujeres es el aceite que engrasa la maquinaria que estamos viendo funcionar, para escupirnos en la cara lo que hoy en día sigue pareciendo una idea revolucionaria: que las prostitutas, y las mujeres en general, son seres humanos, personas con identidad propia y una autonomía que pretende ser enterrada y disfrazada bajo un alias, un nombre falso, frívolo y alegre como Candy o Ginger, destinado a atraer y agradar a los "clientes".

Aunque más que ante una historia estamos ante el retrato de un sistema (como siempre en los trabajos de Simon, que es periodista antes que guionista), en esta ocasión el de la unión de patriarcado y capitalismo para convertir la explotación sexual de las mujeres en un suculento negocio, la narración avanza desde el plano general al primer plano de todas y cada una de esas mujeres que se encuentran tras él. Esa es la gran baza y valor de "The Deuce": sus personajes femeninos. Su construcción y tratamiento. 

A pesar de que se centra en un universo que encarna la cima del machismo y la cosificación de la mujer, las mujeres que nos presenta jamás son objetos en la narración ni conforman un arquetipo colectivo presentado como estereotipo de "mujer-víctima". Cada una de ellas, a pesar de vivir circunstancias y experiencias similares, de haber experimentado todas ellas la violencia y el abuso por parte de los hombres, tienen motivaciones y aspiraciones distintas, se mueven por caminos independientes entre sí, desde puntos de partida y hacia destinos diferentes. Precisamente, existe un contraste entre el empeño que ponen los personajes masculinos (proxenetas, mafiosos, puteros, policías...) en hablar de "las mujeres" o "las putas" como una masa homogénea e informe, y el esfuerzo del guión por mostrar lo equivocados que están. "The Deuce" nos presenta un amplio abanico de personajes femeninos tan interesantes como imprevisibles, desde la estudiante de sociología con conciencia feminista que abandona los estudios para trabajar como camarera en bañador, hasta la prostituta más supuestamente alienada y enamorada de su chulo, que al final se atreve a abandonarlo sin dar explicaciones ni mirar atrás. Sus cartas no están marcadas por moralinas ni moralejas, y el gran mérito de sus autores es que consiguen en todo momento desafiar los prejuicios e ideas preconcebidas por el público espectador.

Dentro de su hábil empleo de la perspectiva de género cabe destacar su representación del sexo totalmente libre de sexualización. Se muestran cuerpos desnudos, imágenes muy realistas y directas de los encuentros sexuales, de violencia sexual, de rodajes de películas porno, sin necesidad de instrumentalizar la sexualidad femenina para recreación de la audiencia masculina. A pesar de que se retrata con crudeza y sin filtros la explotación sexual de la mujer, tampoco se niega su faceta de sujetos con deseo sexual. Más allá de que se denuncia el imperio de la concepción patriarcal del sexo, en el que el hombre ocupa la posición de sujeto deseante y la mujer de objeto al servicio de su satisfacción, la serie se preocupa por mostrar mujeres que toman la iniciativa sexual, que tienen fantasías y deseos sexuales y que saben cómo satisfacerse a sí mismas. 


Las conversaciones entre mujeres sentadas frente a la barra de un bar son una seña de identidad de la primera temporada de The Deuce


A lo largo de toda esta primera temporada vemos cómo las mujeres son maltratadas por chulos y puteros, despreciadas y utilizadas por la autoridades que deberían protegerlas, cómo son violadas e incluso asesinadas. Sin embargo, todo ese sufrimiento expuesto de forma descarnada ante nuestros ojos no despoja de su dignidad en ningún momento a las mujeres representadas: el guión las trata con todo el respeto, empatía y comprensión que los hombres y el contexto en el que viven les niegan. 

No hay glamour en el Manhattan que nos enseña Simon, maestro en desmitificar todo los desmitificable. Un ejemplo perfecto es la desmitificación de lo que conocemos como prostitución de lujo. Eileen, el personaje interpretado por Maggie Gyllenhaal y del que sin duda más se hablará por ser uno de los más poliédricos y jugosos (se lo ha reservado para ella porque por algo es productora de la serie) y además mejor interpretados (todos los matices, desde la vulnerabilidad más descorazonadora hasta una determinación que roza la temeridad); tras iniciarse como actriz porno como vía desesperada de escape de las peligrosas calles de "The Deuce", es puesta en contacto por el director de las películas en las que participa con una "madame" de "escorts" que atienden a "clientes" de la alta sociedad en "suites" de hoteles de cinco estrellas. En una secuencia magistral, Simon evidencia la tortura emocional que supone tener que fingir una "cita romántica" con un hombre que ha pagado para simplemente penetrarte por detrás. La parafernalia de la falsa seducción y el oropel de una cena y conversación previa alarga el encuentro y por lo tanto el sufrimiento, te obliga a sonreír y a seguir un ritual absurdo al servicio del ego masculino, que pretende disfrazar de caballero seductor a un monstruo violador. Lo que empieza con vino "gourmet" acaba con él largándola a ella abruptamente de la habitación justo después de correrse. Cuando días después el director le pregunta a Eileen durante un rodaje cómo le está yendo ella contesta: "There's more of the bullshit people do before they fuck but, you know, it's still fucking". 

"The Deuce" también nos muestra la hipocresía de una sociedad que plantea la prostitución como un problema estético pero nunca ético. La policía se ve obligada a sacar la prostitución de las calles para que no moleste a los viandantes (la época de mayor intensificación de multas y arrestos coincide con las Navidades), y de ese modo acaban naciendo los prostíbulos, que no mejoran la seguridad ni el bienestar de las prostitutas, pero las ocultan convenientemente. Al contrario, funcionan como jaulas en las que están encerradas y que sólo aumentan el beneficio para los hombres que las explotan: dentro de ellos pueden controlar mejor la duración de los encuentros sexuales para que haya más rendimiento y productividad y las mujeres son escogidas por los clientes que las examinan en lugar de al menos poder decidir ellas si se suben o no al coche de un hombre, como ocurría fuera. Cambia el escenario (calle, prostíbulo, hotel de lujo), pero nunca cambia la escena de explotación sexual y el binomio de hombres-dinero al que se ven sometidas: puteros que regatean sin parar el precio y proxenetas que se llevan el 90% de él. Y es que aunque nos vendan que la prostitución o que incluso esta serie trata sobre sexo, sabemos que en realidad el tema es el negocio privado que hay tras ella y el poder patriarcal sobre el que se sostiene con la complicidad de las instituciones públicas.

No estamos ante una serie fácil de ver. Cada obra de Simon es un reto constante para el espectador tanto en la forma como en el fondo. No es placentero que nos obliguen a observar las injusticias tan de cerca y desde dentro. Pero tiene recompensa. En este caso, la oportunidad de conocer a Abby, a Lori, a Eileen, a Darlene, a Sandra, a Ruby... Si las conocéis no váis a poder evitar quererlas a todas. "The Deuce" es ante todo la prueba de que el retrato más certero de la misoginia puede ser a la vez una sincera declaración de amor a las mujeres y un efectivo alegato feminista.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Manual de la correcta violación


Laura está maquillándose frente al espejo. Está muy nerviosa, esta noche tiene una cita con un hombre por primera vez desde que rompió con Tom, su novio de toda la vida. Literalmente de toda la vida, lo conoce desde los 13 años. Se dice pronto… Por eso ha decidido tomarse una copita de vino antes de salir de casa, necesita relajarse. Tiene miedo de no saber hacer que la conversación fluya de forma natural, de no resultar interesante, de que se le quiebre la voz… ¿Será muy exagerado el maquillaje? ¿Mucho escote? ¿Pelo recogido o suelto? Mejor será apurar esa copa de un trago para dejar de pensar tanto. 

A la mañana siguiente Laura se despierta en su cama con un fuerte dolor de cabeza. Tiene un mensaje de Andrew en su móvil, el hombre con el que quedó anoche: “Ha sido una noche maravillosa”. Entonces, ¿por qué ella se siente como si hubiese sido la peor de su vida?

Andrew es un hombre gracioso y amable, de sonrisa tierna y condenadamente atractivo. Es médico, un cirujano brillante, respetado y admirado por sus colegas de profesión, algo envidiado porque todas las trabajadoras del hospital suspiran por él en cuanto se da la espalda. Es un padre soltero desde que enviudó hace años, se preocupa por estar siempre que su hijo adolescente le necesita y no perderse una sola reunión o tutoría del colegio a pesar de las largas operaciones y los turnos de noche en urgencias. Mala suerte, a Laura la ha violado el perfecto caballero, el soltero de oro, un profesional de éxito y ciudadano ejemplar, un prócer de la sociedad.

Sí, lo que comenzó como una cena romántica terminó en una violación. Pero claro, ¿cómo puede ser que te hayan violado si te has maquillado y vestido para agradar y atraer sexualmente a tu agresor, si le has sonreído y te has reído a carcajadas de sus chistes, si incluso le has contado algunas intimidades mientras saboreabais ricos platos a la luz de las velas, si estabas a gusto en su compañía y lo invitaste a tomarse la última en tu casa después de cenar, si no tienes moratones, si no gritaste ni intentaste huir, si fue en tu cama sobre tus sábanas recién cambiadas, si usó tu baño después?

Laura recuerda haber dicho claramente que no, pero bebió demasiado como para poder asegurarlo. Sabe que él la ha violado, su cuerpo lo sabe. Pero la agresión sexual que ha sufrido se rige por el manual de la perfecta violación imperfecta. Sólo tiene su palabra contra él, es casi imposible demostrarlo, pero decide denunciar porque es lo que debe hacer, y es ahí donde comienza su infierno.

Afortunadamente Laura no existe, es un personaje, y la violación que supuestamente ha sufrido es sólo el eje argumental de la serie británica “Liar” que HBO ha incluido recientemente en su catálogo. Desgraciadamente, existen miles de mujeres con el mismo problema que Laura en la vida real. 


 
Escenas del interrogatorio al que es sometida la protagonista de Liar tras denunciar que ha sufrido una violación


Este thriller trepidante muestra a la perfección el cuestionamiento constante al que se ve sometida una víctima de violación una vez decide contar que ha sido violada. Es el único tipo de crimen en la que la principal sospechosa es la denunciante en lugar del denunciado, en el que la víctima tiene que superar un tercer grado tanto o más duro que el presunto agresor, sobre todo si no encaja en el concepto socialmente arraigado de lo que entendemos como típica víctima de una violación típica. Es decir, una mujer con abrasiones genitales, ropa desgarrada y múltiples signos de violencia física que ha sido asaltada por un desconocido.

El quid de la cuestión es que la idea que tenemos de una violación habitual es la menos habitual de todas. Según la Federación de Asociaciones de Asistencia a Víctimas de Violencia Sexual y de Género sólo un 15% aproximadamente de las violaciones que se denuncian se producen por asalto. El perfil de agresor más habitual es un conocido de la víctima, normalmente de su círculo más cercano, sobre todo familiares directos, y, además, el 56% de las agresiones y abusos se producen de forma reiterada. Es este falso imaginario social el que sostiene la cultura de la violación y provoca que se criminalice a las (pocas) mujeres que se atreven a denunciar por no cumplir los estándares que se esperan de una víctima de violencia sexual. Seguramente sea ese el principal motivo por el que solamente llegan a denunciarse una de cada seis violaciones. La víctima desiste de denunciar porque cree que no la han forzado lo suficiente, que no le han pegado o humillado lo necesario, que no se ha resistido lo que debería. En definitiva, que no la han violado como es debido. 

Lo interesante de “Liar” es que pone sobre la mesa la culpabilización de las víctimas de violación y la sistemática puesta en duda de su credibilidad no sólo por parte de la sociedad, sino de las propias instituciones y las autoridades, del protocolo forense y policial en sí mismo que se sigue para abordar este tipo de delito. En gran parte de los casos no se hace otra cosa que revictimizar a las denunciantes, con reconocimientos médicos y exploraciones que ahondan en el trauma psicológico, múltiples interrogatorios demasiado extensos y repetitivos y en general una práctica de diligencias que lo último que tienen en cuenta es su dignidad e integridad. Acordaos de aquella jueza del Juzgado de Violencia de Género número 1 de Vitoria que le preguntó literalmente a una mujer que denunció repetidas violaciones por parte su agresor: “¿Cerró usted bien las piernas? ¿Cerró toda la parte de los órganos femeninos?”.  La realidad supera en este caso con mucho a la ficción.

Por favor, queridos agentes del orden, fiscales y jueces, editen de una vez el manual de la buena víctima para que sepamos de una vez por todas en qué ángulo tenemos que colocar las piernas y con cuánta fuerza tenemos que apretar el coño para conseguir que los violadores sean condenados. Ya procuramos no hablar con desconocidos ni salir solas de noche, pero a pesar de ello una mujer sigue siendo violada cada ocho horas en España. Quizá sea porque el Código Penal tipifica y persigue agresiones sexuales que se parecen más a unicornios rosas que a las violaciones que realmente sufrimos las mujeres.