miércoles, 18 de octubre de 2017

La chica especial

“Nunca he conocido a nadie con tu potencial, con la ayuda adecuada llegarás muy lejos.” “No me había pasado con nadie antes, pero no puedo evitar decirte que tu sonrisa me distrae de nuestro trabajo.” “Me encantaría dirigir tu tesis, tus argumentos son brillantes, casi tanto como tu mirada, no me lo tomes a mal, pero es irresistible.” “No te has dado cuenta de lo mucho que vales y de lo guapa que eres, no me malinterpretes, no intento ligar contigo, simplemente me sabe mal que tu autoestima no vaya acorde a ti.” “Es superior a mis fuerzas, pero además de lista eres preciosa, y lo sabes.” “No creas que les digo esto a otras, contigo es distinto.” “No les hagas caso a las demás, te tienen envidia.” "Tú eres especial, no eres como las demás".

¿Cuántas veces os han dicho frases como estas vuestros profesores, jefes, compañeros de trabajo, monitores, caseros, repartidores, camareros, señores que pasaban por allí? Todas hemos sido alguna vez la alumna favorita, la becaria brillante, la empleada del año, el descubrimiento del siglo, la “chica especial” de algún hombre con el que no manteníamos ningún tipo de relación más allá de la estrictamente profesional o la de haber coincidido en el espacio-tiempo.

Sin embargo, sí somos como todas las demás, no poseemos ningún don extraordinario, o superpoder que obligue a los hombres a olvidar el mínimo civismo y las leyes del decoro ante nuestra presencia, que les fuerce a sentir y expresar un deseo sexual irrefrenable hacia nosotras, a hacer proposiciones fuera de tono y lugar, a emitir comentarios sobre nuestro aspecto, a intentar que mantengamos relaciones sexuales con ellos o a dejarse llevar por el impulso de forzarnos. Somos una más, nada en nuestro físico o personalidad causa que acabemos siendo víctimas de acoso y abuso en nuestro entorno laboral, académico, lúdico, en casa o en el metro; aunque el “mito de la chica especial” sitúe convenientemente en nosotras la causa y de paso, la maldita culpa.

El mito de la "chica especial" sitúa la culpa del abuso en las mujeres víctimas


A pesar de ser personas corrientes, más tarde o más temprano llega siempre ese momento en la vida de toda mujer en la que tiene que pagar el peaje sexual. Es el precio que tenemos que pagar las mujeres por no quedarnos eternamente encerradas en casa, tener un trabajo e interacciones sociales. Lo que se entiende por una vida normal, vaya.  En mayor o menor medida, no hace falta haber sufrido abusos sexuales en la infancia por parte de un familiar o haber sido violada por un famoso productor de Hollywood, todas (sin excepción) hemos tenido como mínimo que sentirnos incómodas por comentarios lascivos que no venían a cuento o por toqueteos y besos abruptos e inesperados.

La cosa va más allá del jefe sátiro que babea tras los culos de sus empleadas o del director de casting que necesita ver más carne y “palpar el género” para seleccionar a la mejor para el papel, esos “bribones” a los que todas (y todos) tenemos identificados e intentamos evitar en la medida de lo posible, que forman parte del folclore y cubren el inevitable porcentaje impúdico y rijoso que se supone que tiene que haber porque en este mundo tiene que haber de todo. No, todo hombre, lo ejerza o no, posee una especie de derecho de pernada por el mero hecho de ser hombre, porque vivimos en un sistema basado en la dominación sexual del hombre sobre la mujer. Existe un orden sexual no escrito (o no escrito de forma explícita pero sí implícita en muchas leyes, normas, contratos…) que establece al hombre como sujeto de la sexualidad (y de lo que sea) y a la mujer como objeto, adorno, recipiente.

La violencia sexual en todas sus formas no consiste en actos criminales aislados, delitos execrables que todo ciudadano decente denunciaría. El problema es que la mayor parte del acoso, abuso y violencia sexual que sufren las mujeres no es visto ni entendido como tal. Que los hombres traten a las mujeres y su cuerpo como parte del patrimonio público, como si de mobiliario urbano se tratase, sometido siempre a su evaluación y sello de aprobación, por ejemplo, es una expresión más de ese impuesto sexual que recae sobre las mujeres. Que nuestros atributos físicos y atractivo sexual forme permanentemente parte del todo entendido como valía profesional, también, sea o no una profesión la que ejerzamos en la que la imagen tenga un componente social preeminente (actriz, modelo, azafata, presentadora…).

El entramado cultural, jurídico, sociopolítico, económico que conforma nuestra sociedad patriarcal y androcéntrica lleva incorporada de serie la violencia sexual como parte de un régimen de control de los hombres sobre las mujeres, o si resulta demasiado duro así expresado, un factor clave que determina las formas en que interactúan socialmente hombres y mujeres, y que también afecta al modo de desear y vivir la sexualidad masculina y femenina. No es la excepción, es la regla. El abuso no es una aberración del sistema, está institucionalizado y es una consecuencia lógica del mismo.

Portada de la revista TIME dedicada al productor Harvey Weinstein tras que se destapase su trayectoria de abuso sexual a actrices


Tras el caso de Harvey Weinstein, calificado en primera instancia de “escándalo sexual”, son muchas las voces que se han alzado para indicar acertadamente que no estamos ante un asunto de “sexo”, es un problema de abuso normalizado y generalizado, una costumbre de dominación masculina, es una cuestión de jerarquía social y de poder. Los hombres en posiciones de autoridad nos acosan o nos violan porque PUEDEN, simplemente, porque hay una ideología que deshumaniza y cosifica a las mujeres que acaba legitimando y justificando su actitud. Y lo peor es que en una parte significativa de los casos ni abusador ni abusada se están dando cuenta de que forman parte de un abuso. Lo consideran la realidad objetiva, si dentro de un sistema jerárquico es posible alguna objetividad. Hasta ese punto hemos aprendido a convivir con ello.

Aquí y ahora, tras esa denuncia casi unánime de la conducta abusiva de uno de los magnates de una de las industrias más poderosas del planeta, no se trata de condenar lo obvio, la comisión de delitos tipificados en el código penal, ni plantearlo como un problema de seguridad y protección de la integridad física de las mujeres. Se trata de aprovechar esta ola de denuncias para cuestionar todo el imaginario social que permite que se sigan reproduciendo en 2017 este tipo de situaciones que impregnan nuestra cotidianeidad, derrumbar los roles y estereotipos de género, negarnos a que nuestra conducta, nuestras decisiones, incluso nuestra personalidad se vea modelada y afectada por esa prerrogativa dominante concedida a los hombres.

El caso de Weinstein es paradigmático, porque no es sólo un hombre con poder, es uno de los hombres con EL PODER de controlar y reproducir el relato cultural misógino y machista. Las películas de Hollywood, la mayor maquinaria de propaganda del sistema dominante, son producidas y realizadas por hombres como él. La élite masculina de la industria cultural (majors, editoriales, medios de comunicación, sellos discográficos) decide cómo se representa públicamente a las mujeres y cómo la sociedad en general las percibe. ¿Cómo se va a representar a las mujeres sino como objetos sexuales con este tipo de depredadores al frente del relato cultural? ¿Y cómo nos van a tratar sino como objetos sexuales si nos representan como tales? Hay que romper la espiral, pinchar la burbuja desde todos los frentes, sin descanso, reclamar cada espacio vetado a las mujeres, contestar cada desprecio, frenar cada mano larga. Que se represente a las mujeres como seres humanos es condición necesaria para acabar con la misoginia y la cultura de la violación. Que nos llamen pesadas, quisquillosas, no dejemos de insistir en la perspectiva de género en todos los ámbitos, también en la crítica cinematográfica y cultural. Les guste o no, el arte es política. Ya no vamos a tragar más con que bajo la excusa de la libertad artística o de expresión se siga apuntalando el privilegio masculino.


Esto no es una caza de brujas, es una “guerra de posiciones”, la lucha política feminista contra las convenciones culturales machistas que sostienen todas y cada una de las injusticias patriarcales. No dejemos de señalar ni denunciar la menor “chorrada inofensiva”, ni una más para que no haya ni una mujer menos. Para que podamos vivir como personas corrientes, y no como “chicas especiales”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario