martes, 13 de octubre de 2015

Aprende idiomas y sé sumisa

Desde que sé que es posible que por culpa de la enésima reforma educativa de la "demogracia" (porque tiene que ser una broma) española a partir del año que viene haya jóvenes que jamás vayan a estudiar filosofía no dejo de pensar en mis años de instituto y de darle vueltas a una misma pregunta: ¿cómo habría sido mi adolescencia sin filosofía?

Recuerdo que empecé a estudiar la asignatura de Filosofía precisamente en medio de las huelgas contra otro polémico intento de reforma de la enseñanza, la Ley de Calidad, uno de los últimos coletazos de la oscura y llena de terrores noche del gobierno de Aznar, justo un año después de los atentados del 11-S y pocos meses antes del hundimiento del petrolero Prestige frente a la costa gallega y de la participación de España en la invasión de Irak. Es decir, la filosofía llegó a mi vida justo a tiempo. Llegó a la vez que el desastre, para ayudarme a entenderlo y protegerme de él. La filosofía fue mi tabla de salvación entre la marea negra y mi escudo contra la guerra petrolífera. El amor al saber me impidió odiar y temer lo desconocido y diferente cuando más le convenía al poder establecido que lo hiciera.

Platón vino para ayudarme a distinguir el mundo de las ideas (los hilillos de plastilina y las armas de destrucción masiva) de la realidad (el aluvión de chapapote y el imperialismo) y gracias a Aristóteles entendí que la operación "Libertad Iraquí" de George W. Bush incumplía el principio de no contradicción. Descartes me despertó del sueño de la razón y me animó a dudar de todo lo que antes daba por hecho, Maquiavelo me preparó para no caer en las astutas trampas de los zorros y para defenderme ante la fuerza represiva de los leones y, sobre todo, para comprobar que no hay fines suficientemente elevados para justificar ciertos vomitivos medios. Nietzsche mató a los restos que quedaban en mí del Dios y la culpa que me habían inoculado en el cole de las monjas. Marx me descubrió las fuerzas que mueven el mundo y me proporcionó los instrumentos para avanzar en sentido contrario. Los susurros de la voz de aquella pazguata conciencia cristiana dieron paso a los gritos de protesta de la conciencia crítica y de clase.

Toda esa revolución en mi pensamiento en tan sólo dos cursos de Bachillerato. Sin filosofía no solo no hubiese aprendido a detectar falacias ni habría germinado en mí la semilla del inconformismo, también me habría perdido un montón de diversión. Una LOMCE hubiese borrado de un plumazo la lista de lectura de novelas distópicas que nos entregó mi maravillosa primera "profe de filo" (Hola, Isabel Armesto, del IES María Soliño, si me estás leyendo ahora todo lo que tengo que decirte se resume en una palabra: GRACIAS): adiós a La Metamorfosis, a El Señor de las Moscas, a 1984, a Un Mundo Feliz, a La Naranja Mecánica... Debates intensos y palabras tan chulas como "demiurgo" y "silogismo" quedarían desterradas. Se cargaría también mis efusivos amores platónicos, mi creativa angustia existencial, mi transitorio nihilismo y mi arrogancia sofista adolescente. Y es que la adolescencia es el momento perfecto para abrazar la filosofía, cuando atraviesas esa primera crisis de identidad y te ahogas en un vaso de preguntas sin respuesta.

           



Por eso no es baladí que las políticas neoliberales quieran dificultar lo más posible el descubrimiento de la filosofía durante la etapa de la vida más naturalmente contestataria y rebelde. La más predispuesta a buscar respuestas a preguntas incómodas. Prefieren mantener ocupados a los alumnos y alumnas compitiendo entre ellos y preparándolos para ser (más si cabe) competitivos cuando terminen los estudios. Quieren reducir los años de aprendizaje a la confección de productos que cubran la demanda del mercado laboral. No es casualidad que hoy en día aprender consista en "adquirir competencias".

El mayor enemigo de la filosofía, del espíritu crítico, de las artes y la creatividad, es la concepción tecnocrática de la enseñanza como estadio primario de una futura profesión. Solo es útil lo que posteriormente nos ayudará a superar entrevistas de trabajo. La filosofía es inútil porque nos invita a cuestionarnos el propio modelo educativo que nos convierte en una pieza más del engranaje, por lo tanto no es productiva, no "tiene salidas". No quieren escuelas que formen personas como unidades mínimas de pensamiento, sino escuelas que formen profesionales como unidades mínimas de producción. La reflexión no sale rentable. Lo que sí es rentable al parecer es invertir una cantidad inusitada de dinero en aprender todos los idiomas posibles (por lo menos así podrás ser explotado en un amplio abanico de países) y en matricularse en aberraciones como las Escuelas de Negocios para cursar un todopoderoso MBA. Porque eso sí, la correlación directa entre los estudios y un puesto de trabajo se obtiene normalmente previo pago. Si quieres ser becario de una gran multinacional, olvídate de la filosofía. Practica inglés y alemán y, sobre todo, sé sumiso/a.

Imaginaos como serán los años de instituto tras la involución reaccionaria de las reformas laborales, de la ley del aborto, de los desahucios y las leyes mordaza, y sin una clase de filosofía para cuestionársela... Adolescentes del mundo, usad siempre condón y leed a los clásicos de la filosofía.