viernes, 1 de febrero de 2019

Hablemos (de verdad) de embarazo, trabajo y feminismo

Para muchas mujeres adultas profesionales ha sido posible experimentar durante una parte de su vida la fantasía de la igualdad. Una mujer con independencia económica y una carrera profesional consolidada puede llegar a sentirse lo bastante “empoderada” (el adjetivo favorito del feminismo liberal) como para creer que de verdad puede hacer todo lo que quiera y tomar decisiones con al menos la misma libertad que un hombre en sus mismas circunstancias. Esa realidad virtual sin discriminación de género (exceptuando ciertos obstáculos a los que una mujer autoconvencida de ser autosuficiente se acostumbra a restar importancia), se derrumba cual castillo de naipes una vez te quedas embarazada. Ser madre lo cambia todo.
Es un jarro de agua fría que sirve para recordar hasta a las que han aprendido a competir con ejecutivos agresivos cuál es su posición en una sociedad todavía patriarcal. A medida que tu barriga crece también aumenta la percepción de que todo lo que una mujer hace está impregnado por el rol femenino que le viene impuesto, y que esa libertad de moverse a sus anchas era falsa y termina donde comienza el cordón umbilical. Ese ser vivo desarrollándose en nuestra matriz nos desconecta de Matrix y nos despierta en el mundo real, en el que aún nos corresponde el deber de cuidar, mecer, consolar, amamantar, amar incondicionalmente. Ser madre se revela como nuestro primer y más importante oficio, cualquier otra tarea o cargo que ocupemos laboral o socialmente es subalterno con respecto a la maternidad. 
Los datos del Ministerio de Trabajo son tajantes: mientras que la tasa de ocupación fue casi idéntica en 2017 entre hombres y mujeres sin hijos de 25 a 49 años, cuando sí los tienen aparece una brecha de empleo de 19,3 puntos. Eso significa que tener hijos es para las mujeres una puerta de salida del mundo del trabajo si ya están dentro y una barrera de entrada al mismo si no lo están. A pesar de que nuestra legislación prohíbe formalmente la “discriminación por razón de sexo”, y entre esas razones contempla inequívocamente cualquier minusvaloración o perjuicio laboral causado por el embarazo y/o la sucesiva maternidad, el propio Tribunal Supremo reconoce en su jurisprudencia consolidada que “el riesgo de pérdida del empleo como consecuencia de quedarse embarazada constituye el problema más importante, junto a la desigualdad retributiva, con el que se enfrenta la efectividad del principio de igualdad entre hombres y mujeres en el ámbito de las relaciones laborales”. 

Seguir leyendo: https://apuntesdeclase.lamarea.com/analisis/hablemos-de-verdad-de-embarazo-trabajo-y-feminismo/

Artículo publicado el 31 de enero de 2018 en La Marea.com

martes, 18 de diciembre de 2018

No todos los hombres, sí todas las mujeres

Para contaros lo acertado que es el documental "Tódalas mulleres que coñezo" ("Todas las mujeres que conozco"), de la directora luguesa Xiana do Teixeiro, tengo que empezar por justo después de que hubiese terminado. Sí, tengo que comenzar esta reseña por el momento en que la amiga con la que fui a ver la proyección y yo salimos del auditorio. Era la una de la madrugada de un martes y volvimos las dos caminado a casa. Antes de que se leyese la palabra FIN en la pantalla de cine yo ya tenía un mensaje de mi marido en la pantalla de mi móvil: "Por favor, no vuelvas sola. Que te acerquen en coche o ven con más gente. Dame una perdida cuando salgas, te espero despierto". Mi amiga también recibió la llamada de su pareja, ella tenía que recorrer un trecho sola desde mi casa a la suya, que estaba más lejos, así que él le pidió que le llamase en cuanto yo llegase a mi portal, para que fuesen hablando por teléfono durante el kilómetro que ella debía transitar sin compañía. Cogimos juntas un atajo por calles más estrechas en lugar de atravesar toda la Avenida de A Coruña, una de las más largas y principales de la ciudad de Lugo, para acortar camino y llegar diez minutos antes. Ninguna hubiera optado por el camino más corto, pero más oscuro y menos frecuentado, de no haber ido acompañada por la otra esa noche. En Lugo ha habido recientemente tres intentos de violación muy seguidos en plena calle denunciados por mujeres que caminaban solas de vuelta a sus casas de noche. El miedo a sufrir agresiones sexuales condiciona el uso que las mujeres hacemos del espacio público, vamos por unos itinerarios u otros según la percepción que tengamos para nuestra seguridad, descartamos rutas si están poco iluminadas o transitadas o si hay demasiados recovecos tras los que puedan acechar potenciales agresores, de noche siempre vamos apuradas, con el móvil y las llaves en la mano, pensando en cómo defendernos o avisar a alguien si pasa algo. Ese miedo también limita nuestra agenda y nuestro ocio, descartamos planes muchas veces si acaban tarde y no tenemos quien nos acompañe para volver, viajar solas es para unas un suplicio y para otras una quimera.


Un momento de la primera conversación entre mujeres que aparece en el documental, y que da lugar al resto de conversaciones


Este documental es una bella conversación entre conversaciones de mujeres, que narran experiencias en las que se han sentido amenazadas o experimentado miedo por el hecho de ser mujeres. La primera conversación de un pequeño grupo de amigas, que no puede ser más natural y a flor de piel, es una piedra lanzada al lago que da lugar a una estela de reflexiones de mujeres de todas las edades que van desde lo más íntimo y personal a lo más social y político. Las tres elocuentes conversaciones que contiene esta película son solamente el inicio de la conversación, pues es imposible terminar de verla sin que se encadenen conversaciones entre los espectadores de las anteriores conversaciones hasta el infinito. Es literalmente una documental que no tiene fin, con vida eterna más allá de la pantalla.

"Tódalas mulleres que coñezo" tiene su valor en haber logrado captar a mujeres hablando sin miedo ni límites del miedo y los límites con el que tienen que convivir como mujeres. Hay un momento especialmente revelador, en el que una de las protagonistas cuenta un viaje que hizo sola en invierno a un pequeño pueblo apartado para hacer senderismo y que cuando volvió al trabajo y un compañero le preguntó si no había pasado mucho miedo por la nieve y los lobos duarente sus vacaciones, ella se dio cuenta de que esos peligros ni se le habían pasado por la cabeza, pues todas las luces mentales de alerta se le habían encendido al encontrarse con hombres en un entorno aislado. "Vivimos noutro mundo (vivimos en otro mundo)", subraya esta chica, y esta es una de las grandes conclusiones de este filme, que hombres y mujeres transitamos por realidades paralelas, y para comprobarlo solo hay que pensar en cómo se siente un hombre que camina solo por la calle de noche encontrándose de frente a un grupo de mujeres y cómo se siente una mujer encontrándose en las mismas circunstancias con un grupo de hombres. Si como dice Nina Simone en una cita visual incluida al principio de la película, "ser libre es no tener miedo", nosotras somos menos libres porque el miedo se nos inculca de forma estructural y va aparejado a la desigualdad social entre hombres y mujeres.


La película se estrena comercialmente este mes de diciembre en los cines Numax de Santiago de Compostela


Este documental muestra mujeres expresando libremente su miedo, y por lo tanto su falta de libertad, pero no pretende con ello amedrentar a las demás mujeres. Al contrario, busca poner de relieve ese discurso del miedo como mandato de la feminidad y romperlo a base de señalarlo. En otro momento trascendental, la autora de "Tódalas mulleres que coñezo", Xiana do Teixeiro, que también es co-protagonista, cuenta cómo marcó su infancia y adolescencia el caso de las niñas de Alcásser, asesinadas después de ser brutalmente violadas y torturadas, y reflexiona sobre cómo el sensacionalismo mediático y su relato aterrador influye de forma paralizante en la vida diaria de las mujeres. Con este apunte da en el clavo, pues como analiza la politóloga Nerea Barjola en su libro "Microfísica sexista del poder", el llamado "caso Alcásser" es un paradigma de cómo se construye socialmente el peligro sexual que corren las mujeres para que funcione como aviso y castigo aleccionador por traspasar unas fronteras que las mujeres no deben cruzar y ocupar espacios que no les pertenecen.

Escribo estas líneas horas después de que se haya encontrado el cadáver de Laura Luelmo, una joven de 26 años que se había mudado desde Zamora a Huelva para hacer una sustitución como profesora. Los medios no dejan de resaltar su juventud, que se había ido a vivir lejos de su familia y amistades por trabajo, que lo último que se sabe de ella es que había salido a correr sola por el campo. Alcásser vuelve a repetirse otra vez, y las mujeres no paramos de recibir mensajes que nos disuaden de ser independientes, nuestra autonomía como ciudadanas de pleno derecho es un factor de riesgo. Aceptar un trabajo en otra comunidad autónoma o adentrarse sola en un bosque aunque sean las cuatro de las tarde es para una mujer el equivalente a lanzarse de un avión sin paracaídas, al menos así lo trasladan las tertulias de los magacines matinales y los diarios amarillistas. Una vez más la realidad nos demuestra, como apunta Xiana do Teixeiro en su película, que los discursos sociales y mediáticos diseminados al calor de los crímenes violentos contra las mujeres siguen operando como una contraofensiva patriarcal ante la conquista de derechos y espacios públicos de las mujeres. Gracias a autoras como ella, que enfocan las narrativas sobre el acoso y la violencia sexual desde una perspectiva feminista, podemos entender el miedo de las mujeres en términos políticos y darnos cuenta de que aunque no es infundado, tampoco es espontáneo, sino que es consecuencia de un terrorismo sistémico que se nos inculca desde la sociedad patriarcal, algo que tenemos que combatir y resistir desde el movimiento feminista. Conciencia y prudencia, sí. Pánico y parálisis, no.

La llave que abre la puerta hacia una sociedad libre del miedo por ser mujer la tiene una de las mujeres mayores de este documental, madre de dos adolescentes, que habla sobre la necesidad de educar más o los hombres para no agredir que a las mujeres para no ser agredidas. Aunque las protagonistas, las que hablan, son mujeres, son los hombres los que más deben escuchar estas conversaciones y sentirse interpelados. Escuchad con atención a todas las mujeres que conocéis, a las más cercanas. ¿Queréis vivir en un mundo en el que esas mujeres se asusten al veros? Por supuesto que no todos los hombres que conoces son peligrosos, claro que la mayoría no son agresores ni acosadores, pero sí todas las mujeres que conoces se han encontrado alguna vez con algún hombre peligroso, todas sienten miedo en determinadas situaciones y se han inhibido de hacer cosas por ese miedo, algo que a ti jamás te ha ocurrido como hombre. Le ha pasado a TODAS LAS MUJERES que conoces. Ese es el tema de conversación de este documental y de la lucha feminista contra la violencia sexual. Iniciemos otra ahora que sigue pendiente: qué pueden hacer todos los hombres y la sociedad en general para que todas las mujeres puedan vivir sin miedo, puedan ser libres.

lunes, 11 de junio de 2018

La empatía es sexy (y feminista)

El #MeToo no ha sido un movimiento, sino un terremoto que ha desplazado los cimientos de la concepción hegemónica del sexo. Gracias a todas las que se atrevieron a levantar su voz contra los depredadores que creían que dentro de su cuota de poder iba incluída la correspondiente cuota de acceso sexual al cuerpo de las mujeres, las demás hemos empezado a repasar mentalmente todos nuestros encuentros sexuales pasados y a verlos a la luz del feminismo. Disipada la oscuridad del miedo y la vergüenza, del sentido del deber y la exigencia de cumplir ciertas expectativas, ¿cuánto del sexo que hemos mantenido ha sido porque nos apetecía a nosotras? ¿Cuánto ha sido realmente voluntario, deseado, libre de chantaje emocional, de desequilibrio de poder, de convenciones sociales, de cualquier tipo de presión? Y entre ese, ¿cuánto ha sido plenamente disfrutado y placentero? ¿Cuántas veces se han tenido en cuenta nuestras preferencias y sugerencias, cuántas se han respetado nuestros límites, cuántas empezaron porque nosotras quisimos y terminaron cuando ya no quisimos? Todas estas son preguntas que desbordan el concepto de “consentimiento”, que cuestionan lo que antes considerábamos como normal o aceptable, y que han enfocado esa zona borrosa en la que el sexo consentido puede conventirse en abuso sexual o incluso violación.
Desde que las mujeres hemos dado un paso más allá de denunciar la violencia sexual penalmente tipificada y hemos recuperado la radical y sana costumbre de hablar de relaciones sexuales como un terreno atravesado como cualquier otro por la desigualdad de género (las camas y las alcobas no quedan fuera del patriarcado, de hecho, casi se podría decir que el patriarcado se fundó en ellas); los hombres han comenzado a responder con una preocupación recurrente: las exigencias de las feministas van a hacer del sexo algo mecánico y burocratizado. Insisten en que tendrán que tramitar certificados para poder follar y en que los polvos pasarán a ser intermitentes y aburridos, pues habrá que pararse cada minuto a preguntar si la otra persona se siente cómoda y si se puede continuar. Los profetas del apocalipsis sexual anuncian que nosotras acabaremos con cualquier elemento de misterio o sorpresa, los futurólogos vaticinan que follaremos como robots o sin tocarnos, a través de cascos como los que utilizaban Sandra Bullock y Sylvester Stallone en Demolition Man. Todo ello solo porque las mujeres hemos empezado a pedir reciprocidad, deseo y satisfacción mutuos, correspondencia en la atención al otro, que las relaciones se desarrollen en un ambiente de confianza y seguridad, observación y escucha activa para evitar lo que nos haga sentir incómodas o violentadas, en una palabra: empatía.
No sé a vosotras, pero a mí me parece muy problemático que haya tantas personas que consideren aburrido y farragoso proporcionar un trato humano a aquellos con quienes se relacionan, sea sexualmente o de cualquier otro modo. El hecho de que los hombres digan que les baja la líbido tener que preocuparse por el bienestar de sus parejas sexuales, prestar atención a las reacciones que sus actos generan en ellas, tener que comunicarse de forma fluída y mostrarse receptivos y dispuestos a consensuar todas las prácticas; da miedo. Sí, mucho miedo, porque eso significa que es posible que no dejen de hacer algo si se lo pedimos, que no se detendrán ni se sentirán mal si nos notan asustadas o doloridas, que no les importará si algo no nos gusta y que incluso les guste y les excite el hecho de que nosotras no estemos excitadas. Cierto que un hombre ensimismado en su propio placer y comodidad no es sinónimo de violador, pero cuando uno está centrado en sí mismo, en satisfacer sus deseos sin atender a lo que la otra persona pueda estar sintiendo, sin tomar en consideración cómo le afecta lo que está haciendo y sin responder en consonancia a ello, es más que probable que acabe cometiendo algún abuso y sí, violando.
Artículo publicado el 11 de junio de 2018 en Kamchatka.es

viernes, 27 de abril de 2018

Condenadas

Muchas mujeres teníamos la fecha de ayer, jueves 26 de abril de 2018, marcada en el calendario. Desde hace semanas se palpaba la inquietud por la tardanza en el veredicto del caso de violación múltiple de Sanfermines, y cuando la Audiencia de Navarra anunció la fecha y hora de su lectura pública comenzamos una cuenta atrás colectiva. Hemos ido a trabajar, a clase, de cañas, a la compra toda la semana con los dedos cruzados y el corazón encogido. Todas éramos conscientes de lo mucho que estaba en juego. El valor de esta sentencia no se iba a medir en el número de años de condena, pues en ella se dirimiría mucho más que el castigo a los acusados: los límites de la libertad de las mujeres. Íbamos a conocer hasta dónde llegan. Eso es de lo que habla realmente la sentencia, de cuán libres somos. Y no ha dejado lugar a dudas: nuestra libertad llega hasta donde quieran los hombres que nos vayamos encontrando, es una cuestión de suerte. 
Nos temíamos mucho la sentencia absolutoria, y finalmente fue condenatoria, pero condenando a la autodenominada Manada a 9 años de cárcel por abuso sexual en lugar de optar por el tipo penal de agresión sexual, por considerar que no se demuestra la existencia de violencia o intimidación, nos han condenado a nosotras junto a ellos.
Al rebajar a un abuso de superioridad un modo tan extremo de violación (perpetrada por un grupo de depredadores organizado para acudir a un evento festivo multitudinario en el que poder cazar a una mujer por medio del uso de las drogas y el engaño para poder llevarla a un lugar apartado y cerrado en el que penetrarla uno tras otro de forma brutal por todos sus orificios y además grabarlo para recrearse y presumir ante sus amigos) la despenalizan en la práctica. Han subido a lo más alto el listón de la violación, y con ello nos condenan a no poder bajar la guardia. 
Artículo publicado el 27 de abril de 2019 en Kamchatka.es 


viernes, 20 de abril de 2018

Patriarcado por subrogación

Si os digo que voy a presentar una ley que garantice la “variedad con la que las personas quieren expresar su propia concepción de las relaciones familiares” apuesto a que no sólo sería muy difícil encontrar oposición a la misma, sino que seguramente conseguiría adhesiones entusiastas por parte del espectro social considerado a sí mismo “progresista”. Si hablo en general de la “evolución del modelo de familia” y de las “múltiples formas de entender la vida personal”, y lo aderezo con muchos conceptos abstractos como “libertad” (cuantas más veces repita esta palabra, mejor), “solidaridad” y “altruismo”; pocas personas serían capaces de adivinar de qué estoy hablando en concreto, pero sin duda a la mayoría les sonaría muy bien, y pensarían en cosas similares a beneficios sociales para las familias monoparentales, la agilización de adopciones y acogimientos o la legalización del matrimonio homosexual. Muchas se sorprenderían al descubrir que me estoy refiriendo a la proposición de ley registrada por Ciudadanos en el Parlamento para legalizar lo que ya nos hemos acostumbrado a llamar “gestación subrogada”, cuyo nombre honesto en la práctica sería “trata de mujeres con fines de explotación reproductiva”.
Y es que ese es el “modus operandi” del fundamentalismo de mercado disfrazado de liberalismo político, ocultar la práctica, la realidad material, tras una teoría opaca y saturada de palabras rimbombantes. Gracias al arte de birlibirloque mercantilista detrás de ideas aparentemente inocuas como “diversidad”, “progreso” o “modernidad” pueden camuflarse las mayores desigualdades y las formas de explotación más absoluta. En el caso de la “gestación subrogada”, la fórmula mágica consiste en contar historias de parejas felices que han visto su sueño largo tiempo esperado de formar una familia hecho realidad gracias a un ángel de la guarda encarnado en una mujer que disfruta dándolo todo, hasta su cuerpo entero, por “regalar vida”. “La más intensa solidaridad entre personas libres e iguales”, lo describe así Ciudadanos en la que me atrevo a decir que es la exposición de motivos más cínica de la historia parlamentaria reciente. Ni cortos ni perezosos hablan al mismo tiempo de las “distintas formas de concebir y vivir la familia” y de “garantizar la procreación, sin la cual la familia se extinguiría”. Sus familias modernas consisten en asegurar la perpetuación de los genes a través del sacrificio y el sometimiento de las mujeres a la voluntad ajena. Vamos, como ha venido ocurriendo desde el Neolítico, pero sin coito. Cambiando al Espíritu Santo por las “técnicas de reproducción asistida”, que según Ciudadanos ponen en cuestión los antiguos paradigmas de paternidad y maternidad. ¿Qué paradigma más antiguo puede haber de paternidad y maternidad que “garantizar la procreación”?
Artículo publicado el 20 de abril de 2018 en Kamchatka.es 


miércoles, 21 de marzo de 2018

Nuevas inclusiones


"En este escondrijo cambian las muchachas sus vestidos de calle por los uniformes de labor. En estos clavos cuelgan las empleadas cada mañana su personalidad para recogerla cinco horas después.”

“Las muchachas de hoy conocemos muy bien a M.F. M.F. nos cede el asiento en el Metro y nos tiende el sueldo desde la altura de su caja cada mes y nos mira oblicuamente al escote cada vez que nos dicta una carta”.

Estas dos citas literarias están entre mis preferidas de todas las que subrayé (y fueron muchas, lo admito) en la novela “Tea Rooms. Mujeres obreras” de la escritora Luisa Carnés. Son mis favoritas porque en dos pinceladas consiguen retratar toda la deshumanización y cosificación sexual que sufren las mujeres trabajadoras durante su jornada, que además de producir deben agradar y “hacer bonito”. Les va en la nómina. Esta novela de 1934, publicada en la Segunda República, está escrita con un lenguaje y estilo inusitadamente modernos, casi cinematográfico, por la importancia de los diálogos y la coralidad de los personajes, adelantándose dos décadas a “La Colmena” (chúpate esa, Camilo José Cela). Además de en el forma, esta novela también destaca para la época en su contenido, que se centra tanto en los conflictos laborales como en las inquietudes y aspiraciones personales de un grupo de mujeres de diferentes edades, extracto social y situación familiar, cuyo punto en común es que trabajan todas en el mismo salón de té, siendo capaz de trazar un retrato perfecto del nuevo papel social de la mujer con su reciente incorporación al trabajo asalariado, y de todas las contradicciones y convulsiones que trajo a sus vidas la incipiente fusión de capitalismo y patriarcado. La brecha salarial, el acoso sexual, el aborto, la resistencia al matrimonio, la doble jornada laboral y doméstica, la violencia de género… son cuestiones de rabiosa actualidad tras la Huelga del 8M que ya aparecen recogidas en esta brillante novela. Es evidente que se trata de una obra digna de estudio, que enseguida llama la atención entre sus contemporáneas, y sin embargo cayó en el olvido, ignorada por el mundo académico y desconocida por los grandes expertos de la literatura española.

Luisa Carnés era una escritora adelantada incluso a los escritores adelantados a su tiempo, y ni eso salvó su obra del ostracismo. No solo era mujer, también era militante comunista, no vamos a extrañarnos de que fuese aplastada por la apisonadora de 40 años de dictadura franquista, como tantos otros autores y autoras, como ocurrió con Las Sin Sombrero. Sin embargo, la democracia no parece haber podido con el arraigado machismo del estudio de la producción literaria patria, a juzgar por los compendios bibliográficos de los currículos escolares (¿cuándo caerán autoras en Selectividad?) o por el mero hecho de que una novela tan importante como la de Luisa Carnés haya tenido que ser redescubierta hace apenas año y medio por una pequeña editorial (¡nunca terminaremos de agradecérselo a Hoja de Lata!).  

“Tea Rooms” se encuentra con dos resistencias a su inclusión como bien podría merecer en nuestro canon literario: ha sido escrita por una mujer y además es una novela social y claramente política, en ella se respira la ideología de su autora, expresada a través de los pensamientos de su personaje principal. Era inevitable que no superase la nueva inquisición (está si auténtica) del franquismo, y parece que será difícil que supere el rechazo visceral que los intelectuales e insignes literatos como Vargas Llosa o Javier Marías sienten ante todo atisbo de revisión feminista, criterio social o sensibilidad de tipo “ideológico” en el ámbito de la crítica y la producción literaria y cultural.

“El más resuelto enemigo de la literatura es el feminismo”, es la última (que no definitiva) frase lapidaria que nos ha regalado la casi tradicional columna dominical antifeminista (el domingo ya no es domingo sin que un insigne “señoro” se queje desde su tribuna en la prensa escrita de un feminismo censor y victimista). Esta vez es Vargas Llosa el que advierte desde un descarado libelo a la escritora Laura Freixas titulado “Nuevas Inquisiciones”  de las graves consecuencias de hacer caso a las reivindicaciones feministas: “Juzgar la literatura desde un punto de vista ideológico nos traería controles y censuras que acabarían con la literatura. Con este tipo de aproximación a una obra literaria, no hay novela de la literatura occidental que se libre de la incineración”. Va a ser verdad que volvemos a la Edad Media, pero más que porque las feministas hayamos rescatado las antorchas y la quema de libros, porque nos están saliendo profetas flagelándose y anunciando el Apocalipsis de debajo de las piedras. ¡Arrepentíos, histéricas!

Me niego a rebatir algo tan absurdo e irreal como que las feministas estamos exigiendo que se prohíban libros o se retiren obras de arte. No vale la pena entrar al trapo de tamaña ridiculez. Pero sí creo útil y muy necesario explicar por qué el feminismo es, al contrario de lo que el Nobel peruano cree, un buen amigo de la literatura y de todo el arte en general.

A menudo nos dicen que si los manuales de Literatura, Historia del Arte o Filosofía apenas recogen autoras es porque hay muy pocas o porque las que hay no son lo suficientemente relevantes como para ser incluidas en ellos. Desde luego, a lo largo de la historia ha habido muchísimas menos autoras que autores. Es un hecho indiscutible. Sin embargo, sí existen muchísimas más de las que se nombran (volvamos al caso de Luisa Carnés) y  la menor relevancia de sus obras está muy lejos de ser un hecho indiscutible. Es en realidad una interpretación muy discutible y me atrevo a decir además que una gran enemiga de la literatura.

LA editorial Hoja de Lata rescató la novela de la autora Luisa Carnés, olvidada entre las escritoras olvidadas de la Generación del 27


Como nos descubrió la historiadora Gerda Lerner en “La Creación del Patriarcado”, obra que debería ser “vademécum” de cualquier feminista y de cualquier persona mínimamente interesada en la Historia de la humanidad, la exclusión de las aportaciones de las mujeres del reconocimiento histórico ha sido el impedimento más importante al desarrollo tanto de una conciencia colectiva de las mujeres como de la independencia y autonomía propia que les permitiese desempeñar carreras profesionales o artísticas similares a los hombres. “La ignorancia de su propia historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantener subordinadas a las mujeres”, afirma Lerner. “Las mujeres no tenían historia, eso se les dijo y eso se creyeron, que nunca ha habido personas como ellas que hubieran hecho algo importante por sí mismas”, algo digno de ser recogido históricamente. Por una simple cuestión numérica (sí qué pesadas nos ponemos con eso de que somos LA MITAD de la población mundial, pero más pesa el empeño en tratarnos como una minoría) es inconcebible que hubiese ocurrido ningún hecho histórico en todo el mundo sin que hubiese mujeres activamente involucradas en él, pero siempre hemos sido y hoy en día seguimos siendo las grandes ausentes en los libros de Historia. Gerda Lerner da con una de las claves del mantenimiento a lo largo de tantos siglos de la posición de desventaja de las mujeres con respecto a los hombres: la hegemonía masculina en el sistema de símbolos. La carencia de referentes femeninos del pasado que hayan vivido sin protección masculina o trascendido fuera del hogar nos ha lastrado a la hora de imaginar y construir nuestras alternativas de futuro y ha contribuido a naturalizar nuestra inferioridad como agentes históricos. ¿Cómo vamos a liderar una revolución si ninguna mujer la ha liderado? Si ninguna mujer ha escrito ningún tratado o novela que pueda considerarse gran clásico universal de la filosofía o literatura, será por algo, ¿no?

La negación a las mujeres de su propia historia, y su continua exclusión de la Historia con mayúscula, ha reforzado que aceptasen la ideología del patriarcado, y ha minado su autoestima. Esto ha tenido un claro efecto en el campo de la creación artística: las mujeres creativas siguen teniendo que enfrentarse a una realidad cercenada y que atreverse a crear viéndose a sí mismas como intrusas en un mundo de hombres. De este modo, sigue siendo más difícil para nosotras decidirnos a ser escritoras, pintoras, cineastas, fotógrafas…El canon oficial de toda disciplina artística ocupado por hombres a excepción por regla general de un par de mujeres nos obliga a ser eso, EXCEPCIONALES. Debemos poseer unas capacidades extraordinarias para poder entrar en el club privado masculino que es la creación simbólica y la explicación del mundo: ciencias, artes, filosofía… en fin, todo eso que en teoría nos distingue como seres humanos del resto de seres vivos. Esto significa que el patriarcado ha funcionado como una auténtica trituradora de autoras, con el consiguiente daño para la literatura.

¿Cuántas grandes novelistas, poetas, ensayistas… nos hemos perdido y nos seguimos perdiendo por culpa de un canon literario definido a partir de los textos bíblicos, los clásicos grecorromanos y Shakespeare? Eso no parece importarle a los que se preocupan tanto por preservar la riqueza y crecimiento constante del corpus literario. Todos parecen obsesionados por el hecho (totalmente inventado) de que en 2018 sería muy difícil que ninguna editorial se atreviese a publicar Lolita (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas y parece que único faro que guía la literatura contemporánea) mientras les da absolutamente igual el torrente de libros que jamás han sido escritos por culpa de un orden social injusto.

Es evidente que no solo la construcción simbólica de una Historia sin mujeres nos ha impedido el acceso a la creación. Además de las prohibiciones y represión directa que las mujeres hemos sufrido durante siglos, nuestro rol social de madres y cuidadoras nos ha mantenido y mantiene apartadas de la empresa de crear pensamiento abstracto. Ellos han podido dedicarse a tiempo completo a elaborar hipótesis y cosmovisiones y a escribir novelas de varios tomos porque nosotras nos ocupábamos de sus necesidades físicas y emocionales y de las de su prole. Hoy, la mayoría de mujeres con inclinaciones artísticas (o de cualquier tipo fuera del trabajo doméstico y reproductivo) continuamos luchando contra un tiempo fraccionado, abocadas a la creación intermitente. Creedme, no es fácil inspirarse entre pilas de ropa sin planchar y berrinches de criaturas. “Ya no estamos en la Edad Media”, enseguida me responderán los mismos que para lo que les conviene recurren a un supuesto “revival” medieval. Cierto, ahora las mujeres somos “libres” para crear, pero seguimos lastradas por el síndrome de Cenicienta, solo podemos ir al baile si conseguimos terminar a tiempo todas aquellas tareas con las que la sociedad nos sigue sobrecargando. La realidad refuta esa supuesta libertad creativa.

Por lo tanto, el feminismo en su vertiente más reivindicativa, demandando el reparto igualitario de los cuidados, visibilizando ese trabajo reproductivo oculto y no remunerado con iniciativas como la Huelga del 8 de marzo, también se alía con la literatura. Una sociedad más igualitaria democratizará el acceso a la creación y duplicará por fuerza el número de artistas y por lo tanto de obras. Pone fin a la genialidad desperdiciada sirviendo a los genios.

Ninguna feminista ha pedido jamás que se alteren o eliminen obras, simplemente hemos decidido abordarlas y estudiarlas desde más puntos de vista que el de los valores estéticos, ahora que sabemos que dichos valores que supuestamente determinan la calidad literaria no son objetivos, porque han sido definidos exclusivamente por hombres con el privilegio de pertenecer a la “academia”, que no será otra cosa que una institución jerárquica y patriarcal mientras no se democratice de verdad tanto la creación artística como el estudio de la misma. La insistencia de Vargas Llosa de mantener separada la estética de la ideología o de cualquier valor social o ético no es nueva, y tampoco los repetidos vaticinios de la muerte de la literatura a manos de nuevas perspectivas críticas como la de género, la marxista, la decolonial o la semiótica. Uno de los críticos literarios más influyentes de nuestro tiempo, Harold Bloom, ya hablaba en los 90 exactamente en los mismos términos utilizados por Vargas Llosa, en su obra “El canon occidental”, conocida por su listado de 26 autores imprescindibles (23 hombres y 3 mujeres, cómo no) y cuya tesis podría resumirse en que la evolución de la creación literaria consiste en señores midiéndose las plumas con Shakespeare (cuya obra es para Bloom cima absoluta e irrepetible de la literatura). Este crítico y teórico literario estadounidense etiquetó como “Escuela del Resentimiento” a todas las corrientes de crítica literaria que no se limitaban a los preceptos de la calidad estética (maestría del lenguaje figurado, originalidad, exuberancia de la dicción…). Lo que Bloom identifica como común a todas esas teorías perniciosas que pretender adocenar la escritura y la libertad creadora, entre las que se encuentra la feminista, es su tendencia a utilizar criterios sociales o históricos a la hora de evaluar tanto las obras como a los autores merecedores de conformar el estándar rector de la creación literaria al que se supone que todo escritor busca parecerse. Venga, no seamos resentidas y agradezcámosle que incluyese a Jane Austen, Virginia Woolf y Emily Dickinson en su lista VIP.

Desde el momento en que quien decide qué tiene valor estético y qué no lo tiene es quien tiene el poder para hacerlo, y que a lo largo de la historia solo lo ha tenido una élite cultural formada por hombres ricos y blancos, la objetividad de esos valores no existe. La estética responde además siempre a la subjetividad, está afectada por el contexto histórico, la moral y la ideología dominante en cada época. El sesgo es inevitable, por lo tanto no solo es imposible separar la estética de la política, de la historia o de la ideología, sino que es deshonesto. Las nuevas corrientes críticas, como las que tienen en cuenta la perspectiva de género o la de clase, vienen a aportar honestidad: a reconocer que toda creación es ideológica en sí misma porque responde a una concepción específica del mundo y a señalar qué atributos de la forma y el fondo responden a dicha ideología concreta. Además, dejan al descubierto que se ha utilizado el canon y su falsa objetividad como arma de justificación de una supremacía literaria, para legitimar una posición privilegiada en el mundo literario. Si peligra el canon peligra el statu quo, de ahí el rechazo a reconsiderar y revisar sus criterios críticos y de clasificación y estudio de la literatura. Que la medida de calidad deje de ser en exclusiva esa entelequia estética que pretenden los Llosas y Marías no traerá el fin de la literatura, sino el fin de la jerarquía y la endogamia del mundo literario y artístico, confunden el fin del mundo con el fin de SU mundo, ese que creen que es de su propiedad, que les pertenece solo a ellos por derecho.

“Demasiadas abstracciones literarias que pretenden ser universales han descrito solo percepciones, experiencias y opciones masculinas y han falsificado los contextos sociales y personales en los que la literatura es producida y consumida”, nos recuerda Elaine Showalter, una de las pioneras de la crítica literaria feminista. Las obras consideradas como “clásicos” son aquellas que se elevan de la narración concreta a los grandes temas universales de la humanidad, como el Amor o la Muerte, pero esos grandes temas no han significado lo mismo para las mujeres que para los hombres, por ejemplo (sin ir más lejos el amor para nosotras ha sido un trabajo y una carga, para ellos liberación e inspiración). Nos enfrentamos de manera diferente a lo que se consideran los grandes retos vitales porque nuestra subjetividad está mediatizada por nuestras funciones sociales, que han sido divididas y repartidas por sexo, género, origen. El feminismo, el marxismo, el antirracismo… ponen en duda la existencia de algo como literatura universal, porque ha sido literatura escrita por seres humanos liberados de toda carga cuyos personajes protagonistas son mayoritariamente otros seres humanos liberados de toda carga; con tiempo, dinero, poder o autonomía suficiente para declarar guerras, sentir angustia existencial, buscar tesoros, emprender aventuras, vivir amores imposibles o “desfacer entuertos”.

Solo facilitar el acceso a la creación y mejorar la representatividad de las ficciones, no como imposición sino como consecuencia lógica de un cambio de mentalidad que supere los prejuicios patriarcales (entre otros) universalizará de verdad la literatura, que no conocerá límites y será precisamente como quiere Vargas Llosa: “genuina, subversiva, incontrolable”. Es ahora cuando es “políticamente correcta”, al seguir reproduciendo consciente o inconscientemente los automatismos de la ideología política del sistema en el que está inserta (el patriarcado en la versión 4.0 del capitalismo neoliberal). Contra las viejas dominaciones, explotaciones, discriminaciones e inquisiciones; simplemente traemos nuevas inclusiones. Empezando por recuperar a las autoras “perdidas” (más bien borradas) como Luisa Carnés. Escribimos nuestra Historia para que seamos cada vez más escribiendo historias.


viernes, 16 de marzo de 2018

Víctimas y combatientes

Este domingo una mujer generosa, en un acto de los más generosos que se han podido ver en un medio como la televisión destinado mayoritariamente a ser espejo narcisista, se desnudó en “prime time” delante de cientos de miles de telespectadores. No como se vio obligada a hacer durante años delante de más de una decena de hombres al día en un prostíbulo de Alicante (sí, ese tipo de hombres dispuestos a “pagar por penetrar mujeres que no les desean”, tal como ella se refiere a ellos). Amelia Tiganus acudió al programa “Salvados” para mirarnos directamente a los ojos y contarnos sin apartar la mirada que vivimos en una sociedad que fabrica y vende esclavas. Y que además fue una de ellas, aunque durante demasiado tiempo no lo supo. Esta vez sí fue un desnudo consciente y voluntario, dejar al descubierto su experiencia en nombre de todas las que no pueden hacerlo.

Todo comenzó cuando tenía 13 años, una tarde en la que al salir del colegio un grupo de hombres la abordó de camino a casa para violarla. Parecería que eso es lo peor que le puede pasar a una niña de su edad, pero lo peor estaba por llegar. Su familia la culpabilizó y su círculo social le hizo creer que algo en ella estaba mal y que por eso había acabado violada. “No vales para buena mujer”, le dijeron. Durante el resto de su adolescencia, cuatro años seguidos, siguió sufriendo violencia física y sexual por parte de hombres de su entorno. Como no tenía forma de escapar de esa espiral de abusos aceptó la solución que le propusieron, dejaría de ser violada si se dejaba violar por dinero. Ya no serían agresiones, sería su trabajo y medio de vida.

En Rumanía, su país de origen, los proxenetas que la captaron la vendieron por 300 euros a otro proxeneta español. Suena horrible, pero ella lo vivió como algo positivo. Estaba convencida de que toda la responsabilidad era de ella y que era su elección. “Creía de verdad que estaba cumpliendo mi sueño. Dentro del trauma me ilusionaba tener el control de los abusos”, rememoraba Amelia. Justamente le habían hecho creer que había nacido víctima, que era defectuosa en sí misma, y  eso no le gustaba, así que esta era su oportunidad de pasar de objeto pasivo a ser sujeto activo. A pesar de asistir a su propia compra - venta no se identificaba como víctima de esclavitud, creía de verdad que había negociado ella misma un trato que le resultaría favorable.

Nadie quiere considerarse a sí misma como una víctima. El ser humano tiende a resistirse a ello. Cuando sufrimos graves traumas nuestra mente recurre a diversos mecanismos de autoengaño, por así decirlo, para evadirse de la realidad, porque la consciencia de sabernos víctimas es demasiado dolorosa. A menudo insoportable. La ilusión de estar al mando en cierto modo o en un mundo paralelo en el que no estamos siendo dañados es cuestión de pura supervivencia. “Me siento muy orgullosa de no haberme suicidado”, dice hoy Amelia, por si queda alguna duda.

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